lunes, 17 de octubre de 2011

Gritos.

Les oyes gritar, gritar, grita, gritar, gritar y gritar.
Preguntas a la nada cuando van a parar, pero nadie te responde.
Las palabras que salen de sus labios tamborilean en tus oídos, produciéndote una jaqueca que va en aumento.
Sus ojos despiden chispas de hipocresía, mezclada con un orgullo que no piensan dejar atrás.
Feas muecas se instalan en sus caras, dándolas un aspecto burlesco antes las contestaciones del contrario.
No es normal. ¿Cómo se pueden hablar así?
Cierras los ojos y vuelves a abrirlos, lentamente, como esperando que desaparezcan, pero no lo hacen.
Los gritos siguen ahí.
No cesan, y poco a poco, van dando paso a los insultos.
Insultos que desquebrajan tu alma y te hacen sentir impotente, impotente por no poder hacer nada.
Menguando tu paciencia, te levantas del sofá dónde estabas comodamente sentada antes de que empezaran a discutir y te encierras en tu cuarto.
La música en tus cascos a todo volumen opaca el mal sabor de boca que se concentraba en la boca de tu estomago.
Y, mientras una lágrima baja por tu mejilla, piensas que mañana será otro día.
Mañana todo acabará.
Mañana o pasado.
Pasado, quizás, serás feliz.

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