Me precipito al vacio.
Y una sensación parecida al vértigo se apodera de mí.
Quiero… deseo poder decirte algo, aclararte el pensamiento, pero no puedo.
Siento lagrimas en mis ojos y veo como lentamente te levantas, con una mueca sales de la salita donde nos encontrábamos y das un portazo, fruto de tu rabia… O impotencia.
Siento que hace tiempo que te desconozco y esto último no hace más que confirmarlo.
No sé como ha pasado, hace unos días me decías que me querías…
Porqué fue hace unos días ¿No? Miénteme y dime que sí.
No me digas que no, que hace semanas que no hablamos y que “estoy fría”.
Pero… ¿A quién se lo pido? Si estoy sola en esta habitación, abrazando a una mierda de esperanza, de que tú vuelvas.
¿A quién engaño? No has cogido las llaves que te di, para que te sintieras libre de entrar y salir a tu gusto.
¿A que espero en ir en tu búsqueda, darte un beso y pedirte perdón?
Pero no puedo, mis piernas están agarrotadas y mi mente paralizada.
Mis manos se agarran a los brazos de la silla, con el único fin de agarrarme a algo, ahora que te he perdido.
Y siento agua correr por mis mejillas, y es la gota que colma el vaso.
Me levanto, haciendo oídos sordos al dolor de mis músculos, escuchando a mi corazón y te sigo.
Persigo tu fragancia y te alcanzo.
Te abrazo.
Pero no vale, no sirve.
Tú no me correspondes. Lentamente mis brazos caen a mis costados, y te miro, con los ojos rojos.
Tu mirada me hace sentirme… no sé como sentirme, solo sé que das la vuelta y te marchas.
Dejándome.
Definitivamente, no volveré a caer en la mentira.
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