Dolía. Pero era tan sumamente placentero…
Olvidaste mentiras, engaños, burlas y sonrisas falsas.
Sonreíste y echaste la cabeza hacia atrás, en el silencio de tu habitación se oyó una risa queda.
De tus ojos se escaparon pequeñas lagrimitas, nada que delatara tu acción, nada. Solo el corte de tu muñeca.
Y es que después de pensar y sufrir, te habías tenido que desahogar, y que mejor manera, que con el dolor corporal.
Sentías tu muñeca palpitante y un escalofrío recorrió tu espalda, apretaste los dientes, a la vez que el puño, ocasionando la salida de más sangre.
Por tu mente pasaban rostros, riéndose de ti, de tus acciones, de tu aspecto… y ahora mismo se reirían de ti, si no fuera que esas sola.
Sola una y otra vez, pero en ese momento poco te importaba.
Tu rostro compuso una mueca nada agradable e intentaste tapar la herida con un pañuelo.
Pero esta no dejaba de brotar. Te mordiste el labio inferior y apretaste fuerte, seguías siendo humana y el dolor, dolía.
Maldiciendo, fuiste al baño, colocaste tu mano bajo el chorro de agua helada y suspiraste.
Ahora la sangre se multiplicaba, pero dolía menos.
La retiraste, la volviste a tapar con un poco de papel y con la calma recuperada te dirigiste al botiquín, sacaste cómo pudiste un par de gasas con una venda y te anudaste la venda, por encima de las gasas, a la muñeca.
Probaste a moverla, provocando un dolor agudo.
Y volviste a sonreír, limpiaste la sangre del baño y de tu cuarto y esperaste la llegada de tu madre, a quien saludaste con un beso, algo nuevo en ti.
Ya en tu habitación, sola otra vez y con órdenes de no ser molestada, apretaste una vez más tu muñeca y el gusto de sentir dolor se hizo presente.
Quizás, cortarse no era tan malo… no si te hacía sentir tan bien.