Las alas, tatuadas en su cuerpo, simple tinta distribuida de tal manera que al mirarla, se asociaran con esa majestuosidad que ella siempre hubiese deseado trasmitir. Ya, que con el movimiento de hombros, se creaba esa danza de músculos, girando en torno a la columna vertebral de la muchacha.
Invitándote a tocarlas, seducidos por su embrujo, ansiando elevarla a lo más alto, queriendo hacerla volar.
Pero, si alguna vez deseo estar en el cielo, que lo hizo y en múltiples ocasiones, no podría haber imaginado mejor escenario que el que en ese momento se le presentaba ante ella. No cabría en su imaginación y nunca hubiera aceptado, que su devoción, alojada a sus espaldas, no la acompañara, o la ayudase a tocar la cima.
Nunca se le paso por la cabeza, que la única forma de tocar el cielo, fuera sepultando sus hermosas alas en un colchón, dejándolas fuera de juego.
De cara al azul infinito, y con un cuerpo ajeno acompañándola.
Flotando sin llegar a volar.