Apartas la mirada.
Miras la pantalla frente a ti.
La cierras, produciendo un desagradable sonido, que pasa desapercibido ante tus inquietos oídos.
Vas.
Abres la nevera, la cierras.
Apoyas tu cabeza contra la fría superficie, y dejas escapar una maldición que le queda demasiado grande a tu persona.
Enfadado vuelves a tu habitación, donde apoyado en la ventana, con el cigarrillo en la mano, miras al horizonte, rezándole a un Dios que no crees
Fuera.
En el salón. Una mirada de pena se instala en las facciones de tu hermana, que dejando de lado el amplio libro que descansaba en sus piernas, te sigue hasta tu cuarto.
Una sonrisa, y te quita el cigarrillo de los dedos, dándole una profunda calada,delatando su nerviosismo.
“Tranquilo, todo saldrá bien, cuando menos te lo esperes, mamá estará aquí.”
Cómo creyéndote esas palabras diriges tu mirada a los transeúntes ignorantes de tu situación.
Así pasan los minutos, entre caladas de diversos cigarrillos.
Y tus fachada cae, dejando que ligeras lágrimas caigan con destino al suelo.
Apartando el tercer cigarrillo, aún prendido y sin acabar, te abraza, permitiéndote desahogarte.
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